martes, 8 de marzo de 2016



¿La Cúpula Militar defiende al país o un partido político?

Crnl. ® Mario R. Pazmiño S.


 “Cuando la Patria está en peligro todo está permitido, excepto no defenderla” No hay mejor frase que esta, la del Gral. San Martín, para iniciar una reflexión muy importante en estos días, en donde los intereses personales están por encima de los principios éticos y morales que deberían adornar a un militar.

Es verdad que los soldados vivimos de tradiciones y simbolismos, por eso, para nosotros, el juramento de defender nuestra Patria es lo más sagrado. Defenderla no solo significa su soberanía o su integridad territorial, implica también velar por nuestros conciudadanos, defender sus derechos y sus libertades, los principios democráticos y la Constitución vigente.

No es misión de un soldado defender una ideología trastocada, como la del Socialismo del siglo XXI, o a un partido político o a un caudillo populista. Hacerlo implica la destrucción de la democracia, convertir a nuestras gloriosas Fuerzas Armadas en milicias partidistas o fuerzas de choque que atenten contra nuestro pueblo.

La obediencia ciega de las órdenes no exime de responsabilidad. Algunos creen que por ostentar un grado y un cargo pasajero dentro del mando militar e inclinar su cerviz ante el dictador les librará del escarnio popular, institucional y nacional, pero están equivocados.  Serán una deshonra permanente para las Fuerzas Armadas, que les confió su destino y su tradición, y para ellos mismos por permitir que las humillen, las vejen, manteniendo un indolente silencio y con la mirada al piso.

Líder no es quien adula a sus jefes y sirve de alfombra para que pisoteen a la institución que juraron defender. Es líder quien vela por sus compañeros y sus subordinados, quien se preocupa por su bienestar y si fuera del caso pone a disposición su puesto y sus prebendas por su institución; a esa persona sus soldados lo siguen, sin que esté en servicio activo o pasivo; ellos saben que jamás los va a traicionar.      

Un mando militar que pisoteó su institución para cobijarse bajo el estandarte de un partido político no merece portar el uniforme de este Ejército vencedor; sus acciones serán juzgadas y las generaciones venideras los colocarán como referente de lo que es anteponer los beneficios personales antes que los intereses nacionales. 


Un general que pide disculpas en el casino de un recinto militar al supuesto “comandante en jefe”, cuando no pudo defender y permaneció callado mientras en su propia casa humillaba a su Institución y compañeros de armas, no es digno de llamarse Comandante General. Los militares sí vivimos de tradiciones y simbolismos, pero sobre todo llevamos impregnado en nuestras mentes y corazones ese tricolor sagrado que flamea por una Patria más digna y equitativa, de derechos y libertades para nuestros compatriotas.

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