viernes, 23 de diciembre de 2022

 

En el país de Absurdistan:

“Zombiasso”, el cadáver político que quiere reelegirse

 

Crnl. Mario R. Pazmiño Silva

 


Ráfagas de una ventisca helada, que congelaban los huesos, pronosticaban su llegada. Una espesa neblina, de ultratumba, cubría el cementerio, perdón el aeropuerto de la capital de Absurdistan, sede del más grande de todos los presidentes. Ahí se encuentra el paladín de las promesas de campaña incumplidas, el que en 100 horas cambió al país, el mismo que se peleó con todos y logró meter en la cárcel a cientos de corruptos que se robaron los fondos públicos, el único que se atrevió a sacar de la administración pública a sus aliados, los correistas. Ese estadista de zapatillas rojas y pantalón strech, al que el pueblo lo conoce cariñosamente como Pinocho, se aproxima con su fanfarrea de adulones a la pista del aeropuerto.

Pinocho tiene una personalidad enérgica, seria, es el terror de las bandas delictivas, su palabra es implacable, lo llaman el Bukele de Absurdistan. Pobre de aquel que no cumpla sus estados de excepción o los toque de queda, peor aquellos presos que quieran hacer desmanes en los centros carcelarios. A los ladrones, los sicarios, los secuestradores, los narcotraficantes les tiembla las rodillas solo de mencionar su nombre, es el justiciero de las zapatillas rojas “Zombiasso”.     

Uno de sus adulones gritaba a voz en cuello “déjelo pasar no hagan bulto”. No quería que le estorben y que le permitan que dé sus pasitos por la alfombre roja. Era un mitin de despedida apoteósico, nunca visto, en donde el caos reinaba, pues había dos canales del Estado y tres personas que lo despedían hacia su viaje a la primera potencia mundial. 

Desde la escalinata del avión, “Zombiasso”, con una mirada mojigata se despedía de todos, nadie le impediría ir a las montañas rusas de Orlando, camino hacia la capital de Gringolandia. Al aterrizar en la cuna capitalista y al descender por las escalinatas del avión, a cada paso se le impregnaba una fortaleza, una vitalidad, un temple y una decisión que sus adulones desconocían. Creyeron que lo habían suplantado. Uno de sus sumisos colaboradores dijo que lo vio tomar decisiones político-estratégicas trascendentales y no daba el brazo a torcer. Le consta, cuando vio que se encapricho en subir a los carritos chocones, en vez de visitar la casa de los muertos vivientes.

Luego de pasear y hacer un poco de shopping, buscando nuevas zapatillas rojas de marca, posiblemente para usarlas en otros ofrecimientos de campaña, el presidente de Absurdistan se dirige a la “White House”. Sus aduladores, agradecidos por el viaje, viáticos y por no perder los puestitos, le lanzaban lisonjas permanentes, le manifestaban que él solo podría seguir salvando al país como lo ha venido haciendo desde hace dos años, que debe lanzarse nuevamente a la presidencia de Absurdistan, que las encuestas mentían, que el sondeo de sus asesores indicaba que su nivel de credibilidad y aceptación estaba por los cielos. Era el momento, según sus corifeos, de que país escuche a su salvador, al mesías de la seguridad, buscar la reelección.

Al ingresar a la Casa Blanca sintió un corrientazo en su cuerpo. Otra vez sus pasos eran más firmes, estaba envalentonado, y quería demostrar que él sí puede, y haciendo eco a sus aduladores grita a los cuatro vientos, en plena rueda de prensa, que la Constitución de Absurdistan le permite la reelección y que quiere continuar con sus privilegios. En ese momento, y ante la confusión por sus declaraciones, una voz fuerte se escucha desde el fondo que le dice Pinocho, eres un cadáver político o quieres resucitar como “Zombiasso”.

Cuando escuchas a los corifeos que te rodean y no analizas la realidad de tu entorno, te hacen creer que eres el mejor candidato, aunque hayas fracasado en tu administración.