En
el país de Absurdistan:
“Zombiasso”,
el cadáver político que quiere reelegirse
Crnl. Mario R. Pazmiño Silva
Ráfagas de una ventisca
helada, que congelaban los huesos, pronosticaban su llegada. Una espesa
neblina, de ultratumba, cubría el cementerio, perdón el aeropuerto de la
capital de Absurdistan, sede del más grande de todos los presidentes. Ahí se
encuentra el paladín de las promesas de campaña incumplidas, el que en 100
horas cambió al país, el mismo que se peleó con todos y logró meter en la
cárcel a cientos de corruptos que se robaron los fondos públicos, el único que
se atrevió a sacar de la administración pública a sus aliados, los correistas.
Ese estadista de zapatillas rojas y pantalón strech, al que el pueblo lo conoce
cariñosamente como Pinocho, se aproxima con su fanfarrea de adulones a la pista
del aeropuerto.
Pinocho tiene una
personalidad enérgica, seria, es el terror de las bandas delictivas, su palabra
es implacable, lo llaman el Bukele de Absurdistan. Pobre de aquel que no cumpla
sus estados de excepción o los toque de queda, peor aquellos presos que quieran
hacer desmanes en los centros carcelarios. A los ladrones, los sicarios, los
secuestradores, los narcotraficantes les tiembla las rodillas solo de mencionar
su nombre, es el justiciero de las zapatillas rojas “Zombiasso”.
Uno de sus adulones gritaba
a voz en cuello “déjelo pasar no hagan bulto”. No quería que le estorben y que
le permitan que dé sus pasitos por la alfombre roja. Era un mitin de despedida
apoteósico, nunca visto, en donde el caos reinaba, pues había dos canales del
Estado y tres personas que lo despedían hacia su viaje a la primera potencia
mundial.
Desde la escalinata del
avión, “Zombiasso”, con una mirada mojigata se despedía de todos, nadie le
impediría ir a las montañas rusas de Orlando, camino hacia la capital de
Gringolandia. Al aterrizar en la cuna capitalista y al descender por las
escalinatas del avión, a cada paso se le impregnaba una fortaleza, una
vitalidad, un temple y una decisión que sus adulones desconocían. Creyeron que
lo habían suplantado. Uno de sus sumisos colaboradores dijo que lo vio tomar
decisiones político-estratégicas trascendentales y no daba el brazo a torcer.
Le consta, cuando vio que se encapricho en subir a los carritos chocones, en
vez de visitar la casa de los muertos vivientes.
Luego de pasear y hacer un
poco de shopping, buscando nuevas zapatillas rojas de marca, posiblemente para
usarlas en otros ofrecimientos de campaña, el presidente de Absurdistan se
dirige a la “White House”. Sus aduladores, agradecidos por el viaje, viáticos y
por no perder los puestitos, le lanzaban lisonjas permanentes, le manifestaban
que él solo podría seguir salvando al país como lo ha venido haciendo desde
hace dos años, que debe lanzarse nuevamente a la presidencia de Absurdistan,
que las encuestas mentían, que el sondeo de sus asesores indicaba que su nivel
de credibilidad y aceptación estaba por los cielos. Era el momento, según sus
corifeos, de que país escuche a su salvador, al mesías de la seguridad, buscar
la reelección.
Al ingresar a la Casa Blanca
sintió un corrientazo en su cuerpo. Otra vez sus pasos eran más firmes, estaba
envalentonado, y quería demostrar que él sí puede, y haciendo eco a sus
aduladores grita a los cuatro vientos, en plena rueda de prensa, que la
Constitución de Absurdistan le permite la reelección y que quiere continuar con
sus privilegios. En ese momento, y ante la confusión por sus declaraciones, una
voz fuerte se escucha desde el fondo que le dice Pinocho, eres un cadáver
político o quieres resucitar como “Zombiasso”.
Cuando escuchas a los
corifeos que te rodean y no analizas la realidad de tu entorno, te hacen creer
que eres el mejor candidato, aunque hayas fracasado en tu administración.
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