Prometer
y prometer hasta ser elegido… Luego retirar lo prometido
Crnl.
® Ing. Mario R. Pazmiño Silva MSc.
Una
mañana fría e insegura, típica de la carita de Dios, caminaba con el corazón en
las manos y los nervios de punta. Me dirigía hacia el Centro Histórico, quería
llegar a la Plaza de la Independencia y ver ese majestuoso monumento que se
levanta imponente como sinónimo de rebeldía y libertad de un pueblo que nunca
aceptó la esclavitud como sistema de gobierno. Mi paso acelerado y mi
respiración agitada se debía a la inseguridad que se ha enquistado en la
sociedad. Esa sensación de desconfianza y temor que carcome los nervios.
Llegué
a la Plaza Grande y fui directo al monumento. No quería demorarme mucho, pero
al sentir una mirada sobre mí, volteé hacia la construcción que simboliza la
casa de gobierno de mi país. Algunos la conocían como el palacio de las mil
caras o de las mil mentiras, donde se han fraguado -entre salones, escalinatas,
cócteles y reuniones- los más grandes atracos y negociados. Allí se vende y
traiciona a la Patria, ante la mirada inerte de un monumento que simboliza la
libertad.
Levanté
la vista y me pareció ver, en una ventana esquinera de esa edificación,
escondido tras la cortina, a una persona que temeroso trataba de ocultar su
presencia, mientras observaba como se destruía su país. Algunos transeúntes le
gritaban Pinocho, otros le decían el cuentero; preocupado y con curiosidad me
acerqué a preguntarles el porqué de esas frases.
La
respuesta general fue muy rápida: la lista de incumplimientos, mentiras,
rectificaciones, promesas al aire eran muy extensas. Los escuché con atención y
pregunté: ¿fue a quien el pueblo de Absurdistan eligió para que los represente?
Su contestación me dejó más perplejo: el Pinocho de la ventana cree que ganó
las elecciones por su liderazgo y no se dio cuenta que su triunfo fue en
rechazo al regreso de un personaje siniestro que anda por los altillos en un
país europeo y que con su grupo de delincuentes saqueó el país. Pinocho, como
lo conocen, prometió de todo hasta ser elegido. Luego retiró sus ofertas y
promesas.
Me
senté en una banca en frente de la carpintería de Carondelet, donde se
remiendan todo tipo de problemas y se dan soluciones tan asombrosas como
derrocar un edificio para construir otro con identidad de género. Levanté la
mirada para ver si la cortina seguía moviéndose y vi a quien llaman Pinocho
como observaba la estatua. Me imagino que esta le preguntaba por qué nos
traicionaste y también le decía que la historia le juzgará, porque tuvo la
oportunidad de cambiar a Absurdistan y prefirió aliarse con los enemigos del
pueblo.
La
cortina no se quedaba quieta y desde esa fría banca observábamos como un grupo
de adulones le cepillaban los zapatos y el traje, porque querían que Pinocho
esté impecable, tenía una rueda de prensa.
En
su equipo de lisonjeros había de todo: inexperiencia, improvisación, cuotas
políticas, infiltrados del prófugo del ático, algunos que decían ser lo que
nunca fueron, uno más experto que otro, teóricos de escritorio que les aterra
aterrizar en la realidad de una sociedad que muere día a día. La regla de oro
en la carpintería de Carondelet es nunca contradecir al muñeco de madera,
porque él tiene siempre la razón y cualquier crítica a su gestión será su
último día en la carpintería de las improvisaciones.
Me
despedí de mis supuestos nuevos amigos de conversación, cuyas reflexiones
escuché, cuando uno de ellos me dice que le entregué todo, que basta de
palabreo, que era un asalto. Regresé a ver si había un policía que me auxilié,
pero no había nadie, solo una mirada que se ocultaba tras una cortina era Pinocho
que se sonreía de mi suerte.
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