lunes, 10 de octubre de 2022

 

Prometer y prometer hasta ser elegido… Luego retirar lo prometido

Crnl. ® Ing. Mario R. Pazmiño Silva MSc.

 

Una mañana fría e insegura, típica de la carita de Dios, caminaba con el corazón en las manos y los nervios de punta. Me dirigía hacia el Centro Histórico, quería llegar a la Plaza de la Independencia y ver ese majestuoso monumento que se levanta imponente como sinónimo de rebeldía y libertad de un pueblo que nunca aceptó la esclavitud como sistema de gobierno. Mi paso acelerado y mi respiración agitada se debía a la inseguridad que se ha enquistado en la sociedad. Esa sensación de desconfianza y temor que carcome los nervios.

Llegué a la Plaza Grande y fui directo al monumento. No quería demorarme mucho, pero al sentir una mirada sobre mí, volteé hacia la construcción que simboliza la casa de gobierno de mi país. Algunos la conocían como el palacio de las mil caras o de las mil mentiras, donde se han fraguado -entre salones, escalinatas, cócteles y reuniones- los más grandes atracos y negociados. Allí se vende y traiciona a la Patria, ante la mirada inerte de un monumento que simboliza la libertad.

Levanté la vista y me pareció ver, en una ventana esquinera de esa edificación, escondido tras la cortina, a una persona que temeroso trataba de ocultar su presencia, mientras observaba como se destruía su país. Algunos transeúntes le gritaban Pinocho, otros le decían el cuentero; preocupado y con curiosidad me acerqué a preguntarles el porqué de esas frases.

La respuesta general fue muy rápida: la lista de incumplimientos, mentiras, rectificaciones, promesas al aire eran muy extensas. Los escuché con atención y pregunté: ¿fue a quien el pueblo de Absurdistan eligió para que los represente? Su contestación me dejó más perplejo: el Pinocho de la ventana cree que ganó las elecciones por su liderazgo y no se dio cuenta que su triunfo fue en rechazo al regreso de un personaje siniestro que anda por los altillos en un país europeo y que con su grupo de delincuentes saqueó el país. Pinocho, como lo conocen, prometió de todo hasta ser elegido. Luego retiró sus ofertas y promesas.

Me senté en una banca en frente de la carpintería de Carondelet, donde se remiendan todo tipo de problemas y se dan soluciones tan asombrosas como derrocar un edificio para construir otro con identidad de género. Levanté la mirada para ver si la cortina seguía moviéndose y vi a quien llaman Pinocho como observaba la estatua. Me imagino que esta le preguntaba por qué nos traicionaste y también le decía que la historia le juzgará, porque tuvo la oportunidad de cambiar a Absurdistan y prefirió aliarse con los enemigos del pueblo.

La cortina no se quedaba quieta y desde esa fría banca observábamos como un grupo de adulones le cepillaban los zapatos y el traje, porque querían que Pinocho esté impecable, tenía una rueda de prensa.

En su equipo de lisonjeros había de todo: inexperiencia, improvisación, cuotas políticas, infiltrados del prófugo del ático, algunos que decían ser lo que nunca fueron, uno más experto que otro, teóricos de escritorio que les aterra aterrizar en la realidad de una sociedad que muere día a día. La regla de oro en la carpintería de Carondelet es nunca contradecir al muñeco de madera, porque él tiene siempre la razón y cualquier crítica a su gestión será su último día en la carpintería de las improvisaciones.

Me despedí de mis supuestos nuevos amigos de conversación, cuyas reflexiones escuché, cuando uno de ellos me dice que le entregué todo, que basta de palabreo, que era un asalto. Regresé a ver si había un policía que me auxilié, pero no había nadie, solo una mirada que se ocultaba tras una cortina era Pinocho que se sonreía de mi suerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario