Si vas a reconstruir no contrates a los mismos albañiles que derrumbaron el edifico
Crnl R. Mario Pazmiño S.
El Presidente del país del reencuentro y de la
esperanza ha manifestado, con preocupación, que la fábrica de conspiradores de
Lumbisí es una amenaza para la arquitectura democrática y un peligro por sus
débiles cimientos y la poca gobernabilidad de este pequeño país.
El CIES (Centro de Incompetencia Estratégica
Socialista) gastó una inimaginable cantidad de recursos. Se estima que son
cerca de 475 millones desde su formación hasta que se dispuso su derrocamiento.
La fábrica de conspiradores tenía en sus paredes un
gran mural que los definía: corrupción y persecución. Y una bandera que
flameaba con su eslogan “impunidad”, que podía ser vista desde
Carondelet.
Esa visión sirvió durante casi tres periodos
presidenciales, tiempo en el cual sus responsables aprovecharon para destruir
la pobre arquitectura democrática nacional.
Para aprovechar el espacio dado a la corrupción se
contrataron maestros mayores, peones y albañiles que no tenían la menor idea de
por dónde comenzar la obra. Los amigos del dueño tampoco sabían para qué servía
una pala peor una carretilla. El arquitecto, en cambio, se aprovechó del dinero
disponible (léase gastos reservados) para comprar pésimos materiales y crear
una imagen de edificación sólida.
Sin embargo, los cimientos sí fueron bien hechos y con
un objetivo claro: socavar las otras estructuras del Estado.
¿Qué más dejaron? Eso se necesita saber y para ello se
deben hacer tres auditorias: una operativa, otra financiera y una tecnológica.
Sin estas es difícil saber qué más hubo, por eso es necesaria la transparencia,
que no implica solo el manejo del dinero, sino todo lo que se puso en riesgo
con la presencia de la fábrica de conspiradores. Y que se diga borrón y cuenta
nueva, resurjamos como el ave fénix, para desde los escombros levantar una
nueva edificación no es la salida. Así no se limpia la corrupción, tampoco se
encuentra a responsables y menos se construye algo nuevo.