Los
cuenteros de tarima y el "pueblo huevón"
Crnl.
Mario R. Pazmiño Silva
En una sociedad sin el menor
criterio ni cultura política, los negocios electorales prosperan. Candidatos
que no tienen ni la menor idea de en qué país viven ni de los problemas
estructurales que afectan a nuestra sociedad, están en la búsqueda de una palestra
pública para pescar a río revuelto a los incautos electores, presa de su
engaño. A ellos se los puede llamar los nuevos cuenteros de Muisne.
Partidos y movimientos
políticos no se quedan atrás. Estos se forman, se restructuran y se venden al
mejor postor, para luego realizar alianzas sin impórtales su ideología. Su
único objetivo es llegar al poder para recuperar la inversión de su millonaria
campaña o pagar a sus acreedores con suculentos contratos. ¡Qué viva la
corrupción y el lavado de dinero!, como dice una canción popular “ese es mi
pueblo huevón”.
Ya no importa que los
candidatos no tengan preparación académica ni experiencia en la administración
pública. Eso es lo de menos, porque se lo compensa con un cuartel de asesores
pagados por el mismo “pueblo huevón”. Ellos solo necesitan bailar bonito,
trabajar en algún programa de televisión, ser parte de la familia de algún
conocido o haber sido futbolista. Tampoco importa si no sabe expresarse bien o
escribir una estrofa. Cuando llegan al poder materializan su emprendimiento
electoral para salir de deudas.
Como el “pueblo huevón” no
tiene ni idea de lo que se requiere, se ilusiona con propuestas descabelladas
del cuentero político, que las hace parecer coherentes. Ahora mismo estamos
ante una lluvia de incongruencias, de planes de gobierno que no se sabe de
dónde salieron, de propuestas que sorprenden por su falta de sentido, de
razonamientos tirados de los pelos.
Uno por ahí propone dar mil
dólares sin siquiera saber que eso es peculado y sacar oro de los celulares
para mejorar la economía nacional. Otro quiere vender agua. Un tercero quiere
pegarse una chuma con todos si llega a Carondelet. Otro más plantea un millón
de empleos en el campo sin saber siquiera lo que se necesita para generar un
negocio agrícola y si descubren sus ilógicas propuestas, dice que le
escopolaminaron.
Nuestro país se merece los
políticos que elegimos, y el pueblo merece los fantoches electoreros que dicen
representar y trabajar por y para solucionar las necesidades sociales. El
cuentero de Carondelet y el de Muisne se estarán revolcando de la risa viendo
la ingenuidad de una sociedad de ilusos que alguien prediciendo estas
elecciones en una canción nos definió “pueblo huevón”.