Calentamiento de calles,
¿principio o fin?
Mucho se ha dicho y escrito en
Ecuador, estos últimos días, con relación a las convocatorias a las marchas
realizadas en la mayoría de las ciudades del país, donde se han lanzado
consignas contra el gobierno. También se ha escrito sobre el argumento retórico
del gobierno sobre las causas de las mismas.
El malestar social no es
protagonizado por uno ni de diez pelagatos, como los califica quienes se
quieren perennizar en el poder. Se trata de una marea incontenible de
descontentos que comienzan a hacer tambalear las estructuras de la opresión
gubernamental.
Pero mi afán no es hacer una apología
de las protestas sino más bien tratar de comprender este nuevo término, que hoy
llena la boca de varios funcionarios públicos, para justificar lo que ellos
llaman un proceso de desestabilización en marcha.
Se trata del “calentamiento de las
calles”, como una supuesta estrategia de la oposición para descontextualizar la
protesta social. Según el gobierno, eso es ilegal porque afecta a sus intereses
y genera un clima de tensión social. Pero, ¿es verdaderamente el
denominado “calentamiento de calles” una estrategia para desestabilizar al
gobierno o simplemente se utiliza este término para descalificar o persuadir a
la población de que su derecho a la protesta es ilegal?
El término “calentamiento de calles”
nace desde muchos años atrás cuando las sociedades sometidas por gobiernos
totalitarios deciden revelarse y salir a protestar amparados en su derecho a la
resistencia. Son movilizaciones pacíficas y demostrativas del descontento de un
pueblo con los que acaparan el poder, donde piden rectificaciones.
Gran parte de estas estrategias las
utilizaron los mismos que hoy las critican para sacar del poder a gobernantes
que no cumplían con las aspiraciones de una sociedad: el levantamiento contra
los presidentes Jamil Mahuad, Abdala Bucarán y Lucio Gutiérrez. En este último
caso, la mayoría del gobierno, incluido el actual presidente, participó en el
derrocamiento y salida de quien ostentaba el poder en esos días, utilizando esta
estrategia de “calentamiento de calles”. Recordemos las apoteósicas arengas del
periodista de Radio La Luna pidiendo al pueblo de Quito salir para derrocar al
presidente de ese tiempo. Esas acciones ¿no se encontraban dentro de la
definición de “calentamiento de calles” o solo se las denomina así cuando están
en contra de las políticas de oprobio del actual gobierno?
Este término, que se ha hecho popular
en el argot político nacional, no representa otra cosa que el temor de los
gobernantes al escrutinio público por sus actos o medidas dictatoriales contra
quienes los eligieron y a los que juraron defender. Hoy sus mandantes les
exigen una rendición de cuentas y el salir a las calles es una forma de rechazo
a las medidas antipopulares, es su forma de demostrar descontento. En suma, el
término “calentamiento de calles” es la materialización de un rechazo social
amparado en su derecho a la resistencia que pregona la actual Constitución del
Estado; sin embargo, para quienes ostentan temporalmente el poder es una forma
de desestabilización, tal vez recordando
sus pasos y acciones cuando calentaban las calles para derrocar a otros
presidentes… Un viejo argot popular dice: “No hagas a otro, lo que no quieres
que te hagan a ti”.